“El mantra de este grupo es no saltarnos pasos”: Imagine Dragons
Cómo la banda de Dan Reynolds pasó de tocar en bares de Las Vegas a convertirse en la sorpresa del año.
Cómo la banda de Dan Reynolds pasó de tocar en bares de Las Vegas a convertirse en la sorpresa del año.

Formados en 2008 en Las Vegas, Imagine Dragons –el cantante Reynolds, el guitarrista Wayne Sermon, el bajista Ben McKee y el batería Daniel Platzman– son una de las historias de éxito rock más alucinantes de 2013. Night visions, que ha llegado a disco de platino [un millón de copias en EE UU], es el álbum de rock más vendido después del Babel de Mumford & Sons, mientras que la canción que lo abre, la glacial sacudida a ritmo de hip hop Radioactive, es el single de rock más vendido en el mercado digital, con tres millones de copias. Así están las cosas.
En la carretera, por descontado, Imagine Dragons han saltado de clubes a anfiteatros y horarios principales en festivales, con pocos días libres entre medias. El año pasado, debutaron en Nueva York en el pequeño club de Manhattan Pianos. En julio, Imagine Dragons volvieron para dar su quinto concierto en la ciudad en 18 meses, tocando para 15.000 fans en Long Island. En los cuatro días siguientes, el grupo apareció en el programa Late night with Jimmy Fallon, actuó en un gran concierto al aire libre con una orquesta en Nashville e hizo 19 horas de autobús para llegar a la siguiente fecha, ante 5.000 personas en Echo Beach, Toronto.
“No quiero decir que todo esto parezca un sueño, porque no lo parece, es muy real”, dice Reynolds, , de 26 años, a ROLLING STONE, disfrutando del aire fresco en un patio del backstage antes de ese concierto: “Pero es diferente a cómo lo había pensado. Trabajamos durante mucho tiempo para alcanzar esto. Ahora que estamos aquí, me siento confundido”, reconoce.
Alto y esbelto, con una personalidad cálida y enérgica, Reynolds es un nativo de Las Vegas que viene de una numerosa y muy unida familia mormona; dos de sus siete hermanos, Mac y Robert, son respectivamente el mánager y el abogado del grupo. “Sólo soy capaz de comprenderlo cuando hablo con mi madre”, dice Dan de la gloria repentina: “Ella me cuenta que han ido a casa los vecinos porque su hija quería que le firmara algo. Eso es como un símbolo de todo esto, que ya hasta los vecinos lo saben. Incluso, los guays del instituto me mandan SMS: ‘Hola, tío’. Y yo pienso: “Tronco, sé que te reías de mí cuando empecé con el grupo. Y ahora me pides entradas”. Los ojos de Reynolds se encienden con más alegría que irritación.
Sermon –29 años, también mormón, de Utah, y graduado por el Berklee College of Music– tiene menos conflictos: “Es exactamente lo que estaba esperando”, sostiene. “Pero si hubiéramos tenido este éxito al primer año, como les pasa a algunos grupos, no hubiéramos sobrevivido. La música no era lo suficientemente buena. No estábamos lo suficientemente unidos. Necesitábamos esas miles de horas tocando para cinco, 20 ó 50 personas, tratando de atraer su atención cada noche”.
Sermon se refiere al entrenamiento de Imagine Dragons en Las Vegas, tocando hasta seis horas por noche en bares de casino para jugadores, borrachos y turistas. Durante una temporada, todo el grupo vivían juntos en un apartamento con un aire acondicionado bastante deficiente –recordemos que en Las Vegas las temperaturas llegan en verano a los 43 grados–. Las alubias y el arroz blanco eran, dice McKee, “la comida habitual”. Pero fue una experiencia productiva. Tres de las canciones de Night visions –la contagiosa marcha con mandolina It’s time y los himnos Amsterdam y Hear me– aparecían en esos conciertos junto a versiones de los Stones, los Cars y The Cure. Y ese característico uso de percusión extra, incluyendo bombos y los enormes taiko japoneses que se escuchan en Radioactive, se empezó a fraguar en esas noches en vela. “Siempre hemos sido un grupo de rock rítmico”, dice Reynolds, que toca todos esos tambores en directo. “Crecí escuchando mucho hip hop en los 90 (Tupac, Biggie). Y eso se filtra en la música que hacemos”.
La actuación de Toronto, centrada en Night visions, consiste básicamente en el oficio y la ambición de esas noches de Las Vegas engrandecido por un grupo decidido a entretener y conectar. Hay un punto Who en la batería de Amsterdam y Tip toe, y el magnetismo con sabor a Red Hot Chili Peppers en Top of the world y la urgencia de los primeros U2 en Nothing left to say son especialmente efectivos al aire libre.
“Nos unió el ritmo”, dice el coproductor y jefe en el sello de Imagine Dragons, el britanico Alexander Grant, conocido como Alex Da Kid, que ha construido éxitos de Eminem y Nicki Minaj, y que empezó a trabajar con el grupo tras escuchar sus tres EP autoeditados. “Me parecieron las mejores canciones de unos cuantos grupos diferentes”, dice. “Es difícil encontrar esa consistencia en una banda”, que además, señala Grant, “es muy buena en directo”.
De hecho, en esta gira a Reynolds no le basta con pegarle a cada uno de los tambores en el escenario durante Radioactive. Pasa la mayor parte de la canción suspendido, dando vueltas colgado de cables, golpeando un bombo que cuelga de los focos.
En 2008, Sermon estaba de vuelta en Utah, tras acabar en Berklee, cuando vio a Reynolds cantar en un bar de [la ciudad de] Provo. “Tenía algo”, dice Sermon, refiriéndose a “cuando ves a alguien en el escenario pero no reclama tu atención. Lo ordena. Estaba siendo él mismo”. Reynolds había considerado enrolarse en el FBI, pero cambió de opinión cuando su madre le preguntó cómo se sentiría si tuviera que disparar a alguien. Junto a Sermon, decidió empezar un nuevo grupo en Las Vegas. El guitarrista tiró de amistades de Berklee. McKee (28 años) es del Norte de California y dejó Berklee un curso antes de graduarse para unirse al grupo. Platzman (26) es de Atlanta, se graduó en música para cine en Berklee y llegó al grupo en 2011, después de algunos cambios en la formación.
Reynolds es un cantante sin formación que desarrolló su sólida y ágil mezcla del Bono épico, algo de Anthony Kiedis y un falsete cercano al de Harry Nilsson a lo bestia, dice, “cantando, perdiendo la voz, averiguando por qué y trabajándolo”. Ese celo y ese autoexamen recorren también sus letras.
“La fe nunca ha sido fácil para mí”, reconoce Reynolds, que estuvo dos años de misión mormona en Nebraska a los 19 años. “Nunca queda bien decir que eres religioso, especialmente en mi profesión. Pero pienso que el rock & roll trata de hacer algo que no mola… y conseguir que mole”. Preguntado por un verso en Rocks –“¿Por qué no puedo ver/ lo que está frente a mí?”– Reynolds concede: “Esa ha sido mi historia. He conocido a mucha gente que tenía claro el camino que va a tomar su vida. Me vuelve loco no saberlo. Cuando estaba de misiones, pasé mucho tiempo sentado con pastores, preguntándoles: ‘¿Por qué eso es así?’. Hablé con creyentes satánicos, ateos… Me interesaba, quería saber. Me lo enseñaron mis padres: ‘Haz lo que crees que debes hacer, y cuestiónalo todo’. Y eso les enseñaré a mis hijos”.
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