Con el tiempo libre que da el paro, Powell se dedicó a entrar en las cuentas de
correo de sus compañeros de trabajo y reenviar mensajes de un empleado a otro.
El contenido de estos mensajes se desconoce, pero no es descabellado suponer que
era poco amable.
Para subir el listón, pasó a escribir e-mails como si fuera el presidente de la
empresa, y a mandarlos a todos sus contactos. Como la agencia es pública, entre
ellos había muchos mandatarios de esta ciudad del sur de Estados Unidos.
Pero su verdadero golpe de efecto llegó después, en plena reunión del presidente
con varios altos cargos del ayuntamiento. Como es normal en estos casos, el jefe
estaba usando una presentación en PowerPoint para explicar los progresos de la
agencia.
De repente, el ordenador se apagó por sí solo y se volvió a encender. Y, donde
antes había una diapositiva proyectada sobre una pantalla de metro y medio,
apareció una mujer desnuda. Una gamberrada clásica. Memorable. Ilegal.
La agencia no tardó en identificar a Powell como el culpable de todo lo que había
estado pasando en sus oficinas, y lo denunció. Esta semana, ha sido sentenciado a
tres años de libertad provisional y a cien horas de servicio comunitario.
Pero aquí no acaban sus problemas. Cuando la policía entró en su casa el año
pasado para recabar pruebas de que había estado hackeando los ordenadores de la
empresa, encontró una serie de pistolas y silenciadores caseros escondidos.
Hasta que las autoridades terminen de aclarar qué hacían tan escalofriantes
objetos en casa de un informático de mediana edad, Powell dependerá de lo que
decida un tribunal federal de Estados Unidos.
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