Catupecu en estéreo

Laura Moreno

La banda de los hermanos Ruiz Díaz puso en marcha un «plan B» obligado, que incluye a un ex Soda Stereo en escena y la misma energía y actitud de siempre.

«Siempre hay un plan B», le dice Fernando Ruiz Díaz a los más de veinte mil jóvenes que colmaron el club Ciudad de Buenos Aires para celebrar el regreso de Catupecu Machu a los escenarios, con un ex Soda Stereo en calidad de bajista y la energía -la misma que en la última década convirtió a estos músicos en verdaderas estrellas del rock local- intacta. «No reces por mí; no hables; no hables por mí», repite el cantante y los versos de «Plan B», el tema del grupo Massacre que hoy es el último hit de Catupecu, suenan resignificados. Aquí y ahora.

Porque Catupecu Machu es un grupo que desde hace diez años arma y desarma planes a su antojo, y anteanoche, en el concierto de cierre de la cuarta jornada del festival Pepsi Music, le prendió mecha a uno nuevo; con los músicos de pie, enteros a veces, a pedazos otras, pero sin pedir nada a cambio de darlo todo. «Y cuando faltas, me haces falta. La conciencia, la ilusión. A la conquista de mi alma, mi alma, mi alma y al conflicto, negación. No reces por mí, no hables, no hables por mí.»

A casi seis meses del accidente automovilístico que mantiene a Gabriel Ruiz Díaz -hermano menor de Fernando, cofundador, bajista de performance extrema, productor, inventor y motor creativo del grupo- en cuidados intensivos en una habitación del hospital Fernández, la banda volvió al ruedo con una formación dispuesta a encarar con la frente bien alta esta nueva etapa.

Precisamente por eso el domingo no ha sido apenas un día o un concierto más en la vida de Fernando Ruiz Díaz -guitarra y voz-, Javier Herrlein -batería- y Martín Macabre -teclados-. Tras un mes de ensayos catárticos, Catupecu Machu oficializó anteanoche la incorporación de Zeta Bosio en el bajo, confirmó que su poesía existencialista supera aun el inevitable plano emotivo que atraviesa el grupo y reafirmó las condiciones de carismático performer del mayor de los Ruiz Díaz; las mismas condiciones que hicieron de la banda una de las últimas apariciones excepcionales de la escena rockera argentina y que convirtieron a este músico instintivo y sanguíneo ciento por ciento en un rockero domador de masas.

Salgo mucho, a veces vuelvo

Minutos antes de las 22, la banda se encierra en los camarines improvisados en el sector «Bochas» del club de Núñez y Fernando Ruiz Díaz lanza su nuevo e interno grito de guerra: «¡Que vivan el mejor día de sus vidas!». Así, con el mismo espíritu que lo llevó a escribir aquello de que si la cuenta dura diez sólo soporta hasta cuatro y despega, el cantante abraza a Zeta Bosio y, antes de subirse al carrito de golf que lo llevaría hasta el escenario, improvisa una última arenga: «¡A disfrutarlo, que esto pasa una sola vez!». En este caso, ojalá se equivoque.

Saco largo de jean y pelada reluciente para Fernando; racimo de rastas para Herrlein y sombrero a la moda para Macabre. La primera imagen del Catupecu 06 es la de un trío, con Ruiz Díaz tocando el bajo del tema «Sonando» y luego arremetiendo con otras dos canciones de ese álbum que tanto le gusta a su hermano Gabriel, Cuadros dentro de cuadros : «Origen extremo» y «Hormigas».

Pura potencia arriba del escenario. Emoción extrema debajo, con chicas y chicos en estado de adolescencia que gritan, entre tema y tema, una y otra vez: «¡Fuerza Fer!» «¡Gaby está presente!» «¡Catupecu a morir!».

Por más que la banda suene tan contundente como siempre, nadie olvida a ese bajista desesperado, desenfrenado, que corría de un lado al otro del escenario y que forjó la fama de «aplanadora del rock de la nueva generación» para la banda.

«Si Gabriel se despierta y ve que no hicimos nada, nos mata. El quiere que nosotros salgamos a tocar -había dicho Fernando minutos antes de subir a escena, en diálogo con LA NACION-. Cuando pude entender eso, comprender que él me ama tanto como yo lo amo a él, nos pusimos a ensayar. Y lo primero que surgió fue este formato de trío. Recién después pensamos en convocar a Zeta.»

Quizá por eso hubo que esperar cerca de cuarenta minutos para que el ex Soda Stereo finalmente hiciera su debut oficial como integrante de Catupecu Machu -quienes antes de fin de año tocarían en dos ciudades del interior e incluso podrían volar a Puerto Rico para realizar algunos conciertos en tierra boricua- y se volviera a colgar el bajo para una versión demoledora de «Perfectos cromosomas».

Lejos ha quedado el recuerdo de aquel trío que a fines de los años 90 rompía -literalmente- cada escenario underground al que se subía. Pero anteanoche la banda demostró que la intensidad del espectáculo en vivo ofrecido por Catupecu se sostiene. Pase lo que pase. En trío, en cuarteto o incluso en plan quinteto (la banda también sumó en varias canciones a Pichu, el guitarrista del grupo Cabezones).

Así las cosas, Zeta volvió a ser parte de una banda a casi diez años de la separación de Soda Stereo. Visiblemente concentrado y con los nervios a flor de piel, el ex Soda le aportó sus años de experiencia y hasta cubrió algunos temas con el sonido ochentoso de su bajo, el mismo con el que acompañó a Gustavo Cerati y Charly Alberti en los años activos de la Gran Bestia Pop.

Como en la versión no apta para sensibles de «Héroes anónimos», compuesta originalmente por Metrópoli, que Catupecu actualizó al incluirla en el disco «A morir», de 1998. «Quiero dedicar este tema a toda la gente del hospital Fernández, que le salvó la vida a Gaby y que me hizo comprender el significado de esta canción.»