No sólo deben repetir las mismas palabras casi guionadas cada vez que atienden a un cliente, vestir uniforme obligatorio o peinarse de cierto modo, sino que además, deben sonreír de un mismo modo preciso.
Los directivos de la empresa temen que sus empleados no sonrían adecuadamente a los pasajeros de su servicio o, mejor dicho no parezcan, lo suficientemente sonrientes.
Como si la felicidad fuera algo manipulable mediante normas obligatorias o máquinas, Keikyu instaló escáneres que analizan variables como el movimiento del ojo, la curvatura de los labios y las arrugas faciales y, al final, califica la sonrisa del individuo con un puntaje que va desde el 0 del suicida hasta el 100 delirante.